Origen
Carnaval del Ayuntamiento de Vilaboa do Morrazo, fiesta declarada de interés turístico en el año 1999.
La denominación Cobres es el apellido, por llamarle de algún modo, de las parroquias del Ayuntamiento de Vilaboa, Sta. Cristina y San Adrián, parroquias separadas por el río Maior y que limitan al sur con la ría de Vigo.
El tradicional “Antroido Dos Cobres” , según escritos de la época, se remonta a principios del siglo XVIII y debe su actual vigencia a la tradición oral que fue transmitiendo el interés y participación en la fiesta de generación a generación. Esta herencia cultural pasada de padres a hijos, de abuelos a nietos logró mantener viva y presente una celebración colectiva sorprendente y particular, tal y como es el de “Cobres”.
Hoy en día, este Carnaval es uno de los más llamativos, vistosos y atractivos de los que se desarrollan en Galicia. Su singularidad procede tanto del mantenimiento de una tradición única, como de ser testigo de un tiempo pasado, el colorido de la indumentaria empleada, el desarrollo de originales actividades como de a alta participación e implicación de los asistentes que son, de algún modo, integrados en la celebración.
Durante los días que se celebra el carnaval, de sábado a martes, desde las diez de la mañana hasta que se pone el sol, las “Madamas” y “Galáns» recorren distintos lugares de las parroquias de Santa Cristina y San Adrián, acompañados por una charanga (gaiteros), que al son de la música regalan con sus bailes a los presentes allí por donde van. Con los bailes, la música (jotas, muiñeiras, el agarrado) y la popular Danza de Os Cobres –propia de la zona- llevan la fiesta de puerta en puerta a todod los vecinos, especialmente a aquellos que por algún motivo (convalecencia, indisposición, etc) no pueden asistir a los tradicionales actos de celebración del Carnaval; incluso, una Madama acompañada por el Galán, entran en la casa haciendo emerger el recuerdo de los tiempos de juventud.
En compensa por el reparto de felicidad perciben un donativo por hacer posible esta realidad un año más. La recepción de un buen regalo o donativo importante es celebrada con una tirada de fuegos (según la cuantía se echarán más o menos fuegos) que reconocen el esfuerzo económico de ese domicilio y, a la vez, pretende predisponer a los vecinos de las casas próximas a colaborar con el Carnaval. Estas sesiones se cerrarán con una actuación bajo la carpa ubicada en Riomaior al lado del mar, al lado del colegio público, donde se celebran la mayor parte de las actividades.
Actualmente, esta celebración es posible gracias a la labor de la Asociación Cultural Cobres que durante el año, y con mayor intensidad los meses próximos a la fecha, preparan las vestimentas y bailes de las Madamas y Galáns. Junto con la colaboración y apoyo del Ayuntamiento de Vilaboa, otras instituciones como la Diputación Provincial de Pontevedra… y la participación de todos los vecinos y visitantes que se suman, cada año, a la celebración del Carnaval.
Podemos mencionar carnavales importantes como los que se celebran en el valle de Laza y Monterrei, en Castro Caldelas, los de las comarcas del Ulla, los de Cotobade, sin olvidarnos de los de la Provincia de Lugo. Mención a parte, el de Cobres es un carnaval que se diferencia de todos los anteriormente mencionados por tener unas características especiales en función de:
Antigüedad:
es posible que venga de alguna costumbre gremial cuando en los siglos XV y XVI estaban en el máximo esplendor en Galicia.
Vestimenta:
tanto por el colorido y resultado estético como por los nombres que se le da a sus componentes.
Compromiso:
el sentido de la responsabilidad que mantienen los habitantes de las parroquias de Cobres con la celebración tiene como efecto directo la implicación de todos los vecinos independientemente de la edad, profesión, ideología, etc.
Carácter:
su estilo lúdico folclórico le da un colorido y una personalidad diferente a todos los carnavales de la Comunidad Gallega consiguiendo una línea de personalidad de los vecios de las parroquias de San Adrián y Santa Cristina de Cobres del Ayuntamiento de Vilaboa.
Naturaleza:
los diferentes aspectos que engloban esta celebración nos llevan a hablar de un acto que va más allá del carnaval al convertirse en una auténtica fiesta lúdico-artístico-tradicional.
Continuidad:
existe un continuo a lo largo del año con un punto de inflexión durante la celebración del carnaval. Al final de la fiesta comienzan los preparativos para el próximo carnaval… se puede decir que finaliza uno, y al mismo tiempo que se tiene presente, ya se comienza a pensar en el siguiente.
Extracto de «Cuadernos da sociedade Antropolóxica Galega» Nº1 – Año 2014
(As Madamas e o sacrificio do galo) Xosé Anxo Rosales Gonzalez
Imprescindible para encuadrar el fenómeno del Carnaval es la valoración del calendario, que debemos recorrer con mucho tiento debido a su naturaleza exuberante de palimpsesto. En estas actas dejaremos de lado la apropiación por el pensamiento cristiano de esta fiesta, y nos limitaremos a distinguir, de manera muy básica y elemental, una bipartición del año al estilo maussiano entre verano e invierno, con cambios muy marcados en los ritmos circadianos de la sociedad, manifestándose los grupos de edad y de sexo diferentemente según el período.
El comienzo del ciclo de invierno, más o menos prefijado en el 11 de septiembre, día de San Martín, supone la apertura oficial del tiempo de los «fiadeiros» o «seráns». Resaltamos como característica distintiva su organización a cargo de las chicas solteras, auxiliadas y protegidas por los más viejos. Las chicas servían de eje inmóvil alrededor del cual giraban las pasiones, los intereses y las estrategias de una disputa silente entre endogamia y exogamia. Estáticas, pero no pasivas, pues manifestaban abiertamente su predilección por los chicos forasteros, que en esas noches invernales recorrían en pequeños grupos largas distancias visitando los «seráns» de los alrededores. Para evitar peleas entre los chicos, tanto foráneos como nativos, estos bailes tenían un orden protocolario rigoroso. Pero era muy habitual que el conflicto de intereses alcanzara cuotas de franca hostilidad, y todo terminaba en peleas con cachiporras, cuchillos y hasta algún revólver. Incluso, los chicos del propio lugar llegaban a sabotear la casa o cubierto donde se hacía el serán.
Adscrito a la mitad invernal del año, el carnaval se transforma en epílogo apoteótico de esta, siendo en toda Europa el martes de Carnaval el último día del período de los «fiadeiros». Toman ahora el control los chicos solteros en la organización de la fiesta. No obstante esto, debemos resaltar ya aquí el papel de control ejercido por los casados nuevos, también ellos -como veremos- uno de los elementos fundamentales de Carnaval.
La entrada en esta categoría de edad -la de chico- estaba fijada, más o menos, sobre los 15-18 años y se relacionaba con el comienzo de la vida laboral y con el momento crítico de convertirse en quinto. El paso a la siguiente categoría, la de hombre, venía determinado por casamiento (o, más bien, por la llegada del primer hijo) o, en el caso de los solterones, tener cumplidos los cuarenta años.
Que significaba ser chico en aquellos tiempos. Principalmente, significaba formar parte de un grupo de edad y de sexo, con sus derechos y con sus deberes muy bien definidos. En concreto, en la época del Carnaval, implicaba ser socio o cofrade, formar sociedad (“era unha unión que tiñan eles”, “éramos da misma compañía”) y contribuir económicamente.
Eran ellos los encargados de reclutar los diferentes componentes del bando de Carnaval. Normalmente había unas tres o cuatro parejas de madamas e galáns, también conocidos como los de «bunito»; varias parejas de las de blanco, que no llevaban sombrero; varias aldeanas o ribeiranas, vestidas con la ropa tradicional, con sus aldeanos; e incluso podía haber chicas vestidas de gitanas. Los socios tenían que seguir un protocolo cuando iban a pedir las chicas, sobre todo si era para que estas fueran de madamas: “os pais facíanse de roghados”, “casi era un honor pedirlle”, “había alghún que pa presumire facía[os volver] tres ou catro veces, ou cinco ou seis”, “Viñeron non sei cantas veces aquí anda meus pais pa que nos deixaran ir aos carnavales. Muitas veces xa lle diciamos nós: ‘Pero vamos a ver! Isto por que é? Unha política, unha parvada ou…? Porque ou vai vai, ou non vai!’. E ían e rían e viñan e…”
Vemos aquí la relación ambigua que mantenían las casas -eje organizativo principal de la vida cotidiana- con el Carnaval. Por una parte, necesitaban controlar la sexualidad de sus hijos; dominio que estendían a todos sus miembros: hijas, hijos, adoptados, criados y jornaleros. Y podían negar la participación de todos ellos en el Carnaval. Pero, por otra parte, estaba la lucha por el prestigio de la casa, y una hija vestida de madama con su peto atiboorado de oro era un símbolo demasiado perfecto para hacer visible la riqueza de la casa. “O que xuntaba máis, aquel, mi madriña, era mellor visto!” “Había unha retesía, non quiría ninquién ser menos”. No eran infrecuentes los enfados entre las madamas debido a que una llevaba más ouro que la outra. Un descubrimiento de especial relevancia fue saber que los «Vellos do Entruido» eran realmente os “casados de pouco”. Estas máscaras, vestidas con ropa vieja y careta, eran las que traían, defendían y comían el gallo. Más adelante veremos el alcance y el sentido de estas particularidades.
DANZA DE ENTROIDO DE SAN ADRIÁN DE COBRES
El domingo, lunes y martes de Carnaval por la mañana el bando, con un grupo de gaiteros, visitaba las casas, delante de las cuales bailaban muiñeiras, pasodobles y jotas. A cambio, les daban dinero. Los Vellos aprovechaban para traspasar los límites sagrados de la casa y robar huevos en los gallineros y chorizos y cacheira en las cocinas. Todas las noches finalizaban en fiesta y juerga.
Pero es el ceremonial del martes de Carnaval por la tarde el que centra nuestro interés. En el campo de fiesta había un palco o púlpito de madera adornado con mimosas, el público rodeaba expectante las madamas y los galáns que bailaban al son de la música de los gaiteros. En un momento dado, los gaiteros salian a buscar a los «Vellos do Entruido» que traían el gallo con ellos. En una poza enterraban al animal, dejándole la cabeza fuera, y alrededor efectuaban la danza.
Danza del Entroido de Sán Adrián de Cobres
Xota na Eira
Muiñeira rápida
De repente, de entre el público el mismo de entre los propios socios, arrancaba alguien a correr, agarraba el gallo por la cabeza y escapaba a toda velocidad. Los Vellos, atentos y armados con horquillas, perseguían al atrevido y recuperaban el plumífero protagonista del Carnaval. El ímpeto y la agresividad en la respuesta de los Vellos variaba claramente dependiendo de si los ladrones eran de la propia parroquia -con los que eran tolerantes- o si eran de las parroquias limítrofes -con los que exhibían a base de golpes su intransigencia brutal. Volveremos más adelante a este punto, al ponerlo en relación con las pugnas por los Mecos. Aparecía despues en escena el predicador, también disfrazado, que desde su púlpito lanzaba el «Sermón do Galo» y mordaces críticas en verso contra los vicios de los vecinos. Pero el público no era una figura pasiva, sino que, como verdadero crítico literario, respondía activamente agitando el palco hasta echar abajo a aquel que los insultara momentos antes: la licencia concedida a este enmascarado para traspasar límites (verbales) quedaba revocada. Este hecho, que puede semejar una broma anecdótica, es determinante, pues confirma un dato anterior recogido en 1911 en el lugar de Carballiño (parr. Santa María de Xanza, conc. Valga): “Cando o pradicador estaba acabando, despois de ler a cláusula derradeira d’o testamento, desfacíanll’o púlpito sin qu’o conecese e viñan abaixo pradicador e púlpito causando esto moita risa”.
Y legamos al clímax: el sacrificio del gallo. En 1991, el gobernador civil Parada Mejuto prohibe este rito que ya desde los años 40 se fuera diluyendo hasta quedar completamente diluido. Tuvieron que acudir en nuestro auxilio los recuerdos de los más viejos de la parroquia para recomponer el escenario “original” y dar sentido al lienzo. Confieso que la sorpresa fue mayúscula al descubrir que eran las madamas las que “cun sable de madeira” le quitaban la vida al gallo.